Pobre el hombre que se abandona al asaz susurro de su demonio;
la espesa ponzoña de la incertidumbre,
el látigo de la ira,
los sueños reiteradamente malsoñados;
pobre el hombre que cede a la mitad del camino de la dicha;
combatir con la daga vuelta hacia sí mismo,
demostrar la culpa con el pañuelo más blanco;
hubo uno que fue girando en círculos cada vez más cerrados sobre su propio luto.
El luto de una muerte no acontecida, sólo temida. La muerte del amor.
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